sexta-feira, 23 de junho de 2017

Cristo vive en mí. Y sigue mirando, caminando, amando, curando, consolando, en mí.

Experimentar que Dios te ama

Pienso que puedo tener muchas vivencias religiosas en mi vida. Momentos sagrados de luz y de paz. Pero lo único que de verdad me cambia el corazón es la experiencia personal de mi encuentro con Jesús. Saber que me ama personalmente. Me busca a mí. Sale a mi encuentro y lo deja todo, sólo por mí.
¡Tenemos tantas heridas! Y son de falta de amor. Esa experiencia del amor personal, del amor con nombre, del amor sin condiciones, del amor de Dios que sale a buscarme. Ese amor que rompe muros, es lo único que puede sanar mi corazón.
La señal del amor de Jesús hacia los suyos fue su humanidad, su cuerpo. Fueron sus gestos. Para demostrar que es Él no hace un milagro, sino que come con ellos, parte el pan en su misma mesa y les muestra sus heridas.
Me conmueve ese amor tan humano, tan de Dios. Es su señal de amor más grande. Dios hecho hombre. Dios muerto por nosotros. No hay mayor poder, no hay mayor signo de su divinidad. El amor roto, el amor que caminó a nuestro lado, sigue vivo, sigue junto a nosotros. De esos encuentros de Pascua vivirían los apóstoles toda su vida. Porque se sintieron amados personalmente.
Pienso que esa es mi misión en la vida. Amar como Jesús. Reflejar su amor. Amar uno a uno, cuerpo a cuerpo como dirá el papa Francisco.
Le pido a Jesús que me muestre sus heridas. Que me enseñe a dejar mis planes, mis prisas, por una sola persona. A recorrer caminos para acompañar sólo a uno. Que no me importen los números, los datos, los frutos. Que me ayude a volver una y mil veces sólo por uno.
Tengo miedo. No sé bien qué será de mi vida en el futuro. Nunca lo sabemos. Ahora Jesús ya no está todo el día a nuestro lado como hizo con los discípulos. Pero sí está vivo en mi corazón. Ese es el milagro de la resurrección. En el pan, en el vino, en mi alma. Cristo vive en mí. Y sigue mirando, caminando, amando, curando, consolando, en mí.
Quiero vivir estos días de Pascua cerca de Él. Pedirle que no se vaya. Que salga a mi encuentro cada día. Le muestro mis heridas.
Creo que el amor es capaz de romper cualquier muro, me lo ha mostrado Jesús. Él puede entrar por las puertas cerradas. Llama a mi puerta, espera, entra. Creo en su amor por encima de mi pecado.
Como dice una canción: “El que no mira mis faltas, sino mi fidelidad. El que hace roca en mi debilidad”.
Pasa por alto de mi traición, de mi negación, de mi eterna duda. Me llena de alegría saber que va a mi lado y nunca se separa de mí. Y que volverá siempre a buscarme. Porque yo no sé ir a Él.
Igual que los apóstoles esos días. Jesús vuelve por mí, por mi amor herido. Me deja tocar sus heridas. Sus heridas en los hombres. Sus heridas en mi propio corazón.
Quiero aprender a vivir con heridas. Sin lamentarme por ellas, sin quejarme noche y día. Caminar herido y no pensar en mí, sino en aquellos que van conmigo, a los que acompaño, también heridos. Le pido a Dios esa altura para mirar la vida.
Hoy Jesús me deja ver sus heridas llenas de luz, de esperanza. Me deja tocarlas como a Tomás. Y yo me conmuevo al pensar en su amor. En ese amor que sana mis propias heridas.
Quiero vivir en esa luz de la Pascua todos los días de mi vida. Vivir con la paz que hoy me da. Vivir sabiéndome amado por Él.