terça-feira, 30 de julho de 2013

Una pésima noticia


 

Tenemos algunos datos más sobre las medidas adoptadas con los Franciscanos de la Inmaculada. Además de los interesantes análisis de diversas webs.

Vamos por partes: algunos recogen, no sin razón, que las medidas han sido adoptadas únicamente para los franciscanos de la Inmaculada y no para el resto de sacerdotes y religiosos, y que la visita apostólica se inició bajo el pontificado de Benedicto XVI. Podemos convenir que los franciscanos de la Inmaculada comenzaron con el Novus Ordo, y que el trasvase al Vetus Ordo haya podido provocar conflictos internos con quienes no lo aceptaban. Incluso que sus derechos no hayan sido respetados (algo que, por otra parte, desmienten páginas informadas como Rorate Caeli).

Pudiendo todo ello ser verdad, parece incontestable que un decreto de la Congregación para los religiosos se ha opuesto a lo establecido en un motu proprio pontificio, y que para ello se ha buscado y se ha obtenido el aval del Papa Francisco.

¿No hubiera sido mejor que el decreto se ocupara de garantizar el derecho de todos los religiosos (y de los fieles de las parroquias a ellos encomendadas) a las dos formas del Rito Romano, sin exclusión, celebrándose ambas en sus templos?

A falta de más datos, no es aventurado pensar que, aprovechando una disidencia interna (¿o fomentándola?), la Congregación para la Vida Consagrada ha cercenado la “aventura tradicional” de un instituto floreciente y en gran expansión que incomodaba a obispos “anti-Summorum Pontificum” y a las congregaciones de franciscanos en decadencia.

¿Por qué? Es fácil de entender. Fraternidad de San Pedro e Instituto Cristo Rey son sin duda institutos abiertos a todos (no hay más que ver sus misiones en Colombia y Gabón, respectivamente) pero, por así decirlo, su corte es más acorde al tradicionalismo clásico.

Sin embargo, los franciscanos de la Inmaculada, con carisma franciscano, mixtos, dinámicos, con un lenguaje cercano a la “Nueva Evangelización” y expandiendo la Forma Extraordinaria suponían un peligro para algunos. Inquietante lo que nos cuenta un lector: quienes buscaban inútilmente una celebración con el misal de Juan XXIII en el Buenos Aires del Cardenal Bergoglio, tenían que recurrir a una vecina iglesia de los franciscanos de la Inmaculada.

No se discute aquí la autoridad del Papa, y sin duda hay en este asunto datos que desconocemos. Pero sí se duda de la bonanza de esta medida y las formas adoptadas: con un decreto, con ocasión de unas supuestas desavenencias en un instituto, en fin, como quien no quiere la cosa. Además, seamos serios, ¿qué castigo supone prohibir celebrar la Misa tradicional?. Si hubiera graves desórdenes disciplinarios o morales les prohibirían celebrar los sacramentos o predicar, pero no una de las formas de la Misa. Es como si a unas monjas les prohíben rezar los misterios dolorosos del rosario y no los gozosos. En definitiva, absurdo.

El motu proprio Summorum Pontificum ha sido un documento clave del pontificado de Benedicto XVI. Los tiempos de la Iglesia son lentos y no podemos apreciarlos, pero los beneficios de Summorum Pontificum van más allá de haber dado satisfacción al sector más tradicional de la Iglesia.

Con un Novus Ordo con frecuencia adulterado, castigado con invenciones, extravagancias y salidas de tono (desde las más inocentes a las que bordean el sacrilegio), el ejemplo litúrgico de Benedicto XVI y la reintroducción de la Misa tradicional han supuesto un toque de atención, un espejo en el que no pueden mirarse quienes lo hacen mal, un ejemplo de sacralidad y respeto, que sin duda ha ayudado a contener una marea de abusos, mal gusto, y relativismo litúrgico. De forma que su influencia ha contribuido a dignificar el Novus Ordo en no pocos lugares, empezando por los mismos templos donde se oficia la Misa tridentina.

En España habrá una quincena de sacerdotes que celebran la Misa tradicional regularmente. Pero varios cientos –más de lo que creemos– la han aprendido o la han conocido. Estos sacerdotes la han incorporado a su formación y sensibilidad, ayudándoles a entender la historia y sacralidad de la liturgia y la trascendencia de subir a un altar. Si esto se ha dado en España, mucho más en países con gran expansión de la liturgia tradicional como Estados Unidos y Francia. O en institutos como los franciscanos de la Inmaculada.

Deducir que este decreto inicia el desmantelamiento de Summorum Pontificum, quizás es precipitado. Dios quiera que no sea así. Pero el decreto de la Congregación para la Vida Consagrada –aunque afecte a un solo instituto, o aunque afectara a un solo presbítero– contradice lo dispuesto por el motu proprio, por más paños calientes que se quieran poner.

Y con consecuencias. Se ha "desnudado un santo para vestir a otro": para garantizar el derecho al Novus Ordo de un grupo de religiosos, se prohíbe o dificulta que otros se acojan al mismo derecho al Vetus Ordo. Los fieles que asistían a la Misa tradicional en las iglesias de los franciscanos de la Inmaculada ya no pueden hacerlo. Las misas solemnes, los pontificales (en Italia, en Filipinas) en los que estos religiosos asistían a los obispos ya no pueden celebrarse. Su participación en peregrinaciones y encuentros Summorum Pontificum también queda en entredicho.