domingo, 6 de maio de 2012

Mons Bux : O espírito da liturgia e as razões do Motu Proprio de Bento XVI


Por Mons. Nicola Bux

C) Las interpretaciones incorrectas del acto papal

Después de la publicación del Motu Proprio, se han dado no pocas interpretaciones incorrectas de parte de algunos exponentes eclesiásticos, religiosos y laicos: el presupuesto común es que, hasta el Concilio, la Iglesia estuvo frenada y sólo entonces se puso en camino; de este modo, la Tradición es puesta en oposición al progreso.
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Me pregunto, ¿tradere no significa transmitir algo de una generación a otra, un contenido de una época a otra? En nuestro caso, ¿no es todo el conjunto de gestos y de textos litúrgicos? Entonces, ¡se puede decir que la Tradición es, en cierto sentido, también progreso! Si la reforma litúrgica postconciliar hubiera tenido la intención de proponer a los sacerdote elegir, de dentro de la Tradición, qué conservar y qué desechar, hubiera realizado una herejía.


No parece así si vemos los numerosos licet y possit que recubren las rúbricas litúrgicas del misal de Pablo VI. El Motu Proprio de Benedicto XVI quiere permitir una opción más, o mejor, reafirmar que la antigua liturgia no ha sido nunca abolida, en cuanto que es plenamente católica. Se puede decir que el Misal de 1962, actualizado por el Papa Juan, no puede ser contrapuesto al Misal de Pablo VI publicado ocho años después, sino que deben ser considerados juntos como una riqueza: el primero pertenece a la regula fidei como expresión extraordinaria y no excepcional, junto a la expresión ordinaria y normal. Precisamente: “dos usos del único rito romano”. La autoridad del Concilio no debe ser menoscabada y la reforma litúrgica no debe ser puesta en duda, ni por quienes se sienten más cercanos a la forma antigua codificada en el Misal de 1962, ni por quienes prefieren el de 1970.
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Es evidente que lo ordinario no es igual a lo extraordinario pero sería extraño que nosotros viviéramos sólo del primero y no tuviéramos necesidad del segundo. Por eso, es equivocado considerar que esta nueva disposición ha sido promulgada para los “tradicionalistas” porque el intento del Motu Proprio es que todos en la Iglesia miren al rito antiguo, es más, que los sacerdotes puedan celebrarlo y los fieles participar en él. Un fiel oriental que va a la iglesia puede asistir al rito del Crisóstomo o de Basilio, según los tiempos litúrgicos. Análogamente, las diócesis católicas no deben limitarse a atender los pedidos sino que deben ofrecer la posibilidad.
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¿Por qué considerar ignorantes de la Escritura y de la Liturgia y alimentados, sobre todo, de devociones, a aquellos que desean volver al antiguo rito, casi como si los que participan en la nueva liturgia fueran más instruidos? Basta leer ensayos y artículos de liturgistas para descubrir, al respecto, continuas insatisfacciones y lamentos, en relación al vasto pueblo de Dios. Por otro lado, de la liturgia como bandera de identidad se han servido no sólo algunos tradicionalistas para afirmar el fundamentalismo católico sino muchos progresistas para reivindicar una autonomía de signo protestante y no-global (basta ver las banderas de la paz en las iglesias y delante de los altares). La instrumentalización política y cultural de la Misa o su reducción a folklore o espectáculo ha sido realizada por unos y otros. La no recepción del Concilio – pienso en la autoridad del Papa Pablo VI – ocurría en el post-concilio, sobre todo de parte de los progresistas. Ciertas nuevas comunidades monásticas, ¿no han privilegiado liturgias donde el tiempo para la palabra bíblica es superior al de la celebración eucarística y donde se acentúa la dimensión comunitaria de la Misa en perjuicio de la dimensión sacrificial? El Concilio nunca ha imaginado desequilibrios de este tipo. Y muchos se preguntan cómo el antiguo rito es buscado por jóvenes – como dice el Papa en el Motu Proprio – a pesar de no haberlo conocido nunca.
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¿Es reductible a un gusto personal? Dejando aparte los casos extremos de “misas beat” donde el sacerdote baila, “misas revolucionarias” como en Colombia donde el sacerdote con estola empuña la metralleta en una mano y el misal en otra, “misas carnaval” en oratorios salesianos donde los celebrantes se ponen la máscara de payaso, “misas pic-nic”, etc., ¿no sucede que se asiste a Misas donde el sacerdote sustituye las lecturas con otras no bíblicas, cambia artículos del Credo, modifica la plegaria eucarística? ¿A qué se deben si no es al arbitrio? ¿Interpretan bien la reforma litúrgica? ¿O se han entregado al subjetivismo y al relativismo, más aún, a la caricatura y la profanación en la liturgia? Todo esto es atribuido al Concilio, interpretado como ruptura tanto por unos como por otros, pero en sentido igual y contrario. Simplificando: los lefebvristas consideran que la “Iglesia pre-conciliar” ha sido traicionada por el Concilio mientras que los seguidores de la escuela de Bolonia consideran que la “Iglesia post-conciliar” ha traicionado al Concilio. Un exponente de estos últimos ha definido al Motu Proprio “una burla al Vaticano II”, ignorando que el rito romano antiguo se celebraba durante el Concilio y todavía algunos años después. Es la hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura, según Benedicto XVI. Es extraño que aquellos que han hecho de Juan XXIII el símbolo del progresismo, se opongan al Misal romano por él actualizado y ahora en auge para la celebración del rito antiguo. Los dos Misales están para demostrar que, más allá de las formas, la identidad de la Iglesia continúa siendo la misma.


No se puede elegir la Iglesia o la Misa que más me agrada. Por el contrario, se debe permitir a todos sentirse en la única Iglesia Católica participando en el antiguo y en el nuevo rito. Éste es el criterio no subjetivo al que llama el Motu Proprio. Censurar a los tradicionalistas porque se consideran “salvadores de la iglesia romana” no sirve de parte de aquellos que se creen profetas de la iglesia que vendrá. No, el Motu Proprio quiere humildad de unos y de otros: la Iglesia no ha comenzado con el Concilio Vaticano II sino con los Apóstoles y ha atravesado los siglos para que nosotros la recibiéramos íntegramente, en comunión de fe y de amor con todas las generaciones de cristianos. La Iglesia es juntamente jerarquía y pueblo, imagen de la asamblea celestial como la representa la Liturgia oriental siguiendo la doctrina de Dionisio Areopagita: la Liturgia del cielo sobre la tierra.


Entonces, si fuese cierto que el rito antiguo privilegia una dimensión personal, devocional y estética, entonces se debería observar que el nuevo rito se excede en comunitarismo, en participacionismo sin devoción y en espectacularidad. Se sostiene, además, que la primera forma no permitía un culto espiritual, por lo que se ha debido cambiar hacia la que ha surgido de la reforma conciliar: pero así se contradice porque se cae en la contraposición entre pre y post Concilio que era negada y atribuida a los tradicionalistas. Se acusa, luego, a la Liturgia tridentina de ser “dionisíaca” (¿en el sentido de Dionisio-Baco o de Dionisio el Areopagita?): si fuera este último, ¿la Liturgia bizantina qué es, dada la influencia que precisamente en ella ha tenido el misterioso autor del siglo VI?
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Los estudios comparativos demuestran que la Liturgia romana era mucho más cercana a la oriental en la forma preconciliar que en la actual. Por lo tanto, habría que tener cuidado con crear epítetos o aplicar la eclesiología de comunión agustiniana a la liturgia reformada porque quedaría malparada, debido a los abusos en su realización. Si la antigua liturgia era un “fresco opacado”, la nueva ha corrido el riesgo de perderlo por la técnica agresiva usada en su restauración. El Motu Proprio, en cambio, restablece el statu quo anterior de modo que el nuevo rito pueda mirar con equilibrio y retomar la restauración con paciencia a partir de sí mismo.

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Fonte: La Buhardilla de Jerónimo