domingo, 27 de fevereiro de 2011

La santa misa es verdadero sacrificio


Rogamos al lector tenga presente, como introducción a este importante asunto, lo que dijimos en el primer volumen de esta obra acerca del sacrificio en general (cf. n.353-55).
Antes de exponer la doctrina católica sobre el sacrificio de la misa, vamos a dar unas nociones sobre su nombre, definición y errores en torno a ella.
95. 1. El nombre. El sacrificio eucarístico ha recibido diversos nombres en el transcurso de los siglos. Y así
a) EN LA SAGRADA ESCRITURA se la designa con los nombres de «fracción del pan» (Act. 2,42; 1 Cor. 10, 16) y «cena del Señor» (I Cor. 11,20)
b) ENTRE LOS GRIEGOS se emplearon las expresiones “celebración del misterio”; “culto latréutico”; “operación de lo sagrado”; “colecta o reunión”, etc. El nombre más frecuente y común después del siglo IV es el de “liturgia”, “sacro ministerio”, derivado de “ministrar”.
c) ENTRE LOS LATINOS recibió los nombres de «colecta» o «congrega­ción» del pueblo; «acción», por antonomasia; «sacrificio», «oblación», etc. Pero a partir del siglo IV el nombre más frecuente y común es el de misa.
La palabra misa proviene del verbo latino mittere, que significa enviar. Es una forma derivada y vulgar de la palabra misión, del mismo modo que las expresiones, corrientes en la Edad Media, de «colecta, confesa, accesa se toman por «colección, confesión, accesión».
La expresión misa la derivan algunos de las preces dirigidas o enviadas a Dios (a precibus missis); otros, de la dimisión o despedida de los catecúmenos, que no podían asistir a la celebración del misterio eucarístico, sino sólo a la introducción preparatoria (hasta el credo). Según parece, al principio designaba únicamente la ceremonia de despedir a los catecúmenos; después significó las ceremonias e instrucciones que la precedían (misa de catecúmenos); más tarde, la celebración del misterio eucarístico (misa de los fieles), que venía a continuación de la de los catecúmenos; finalmente se designó con la palabra misa toda la celebración del sacrificio eucarístico, desde el principio hasta el fin. Este es el sentido que tiene en la actualidad.
96. 2. La realidad. Puede darse una triple definición de la misa: metafísica, física y descriptiva. La primera sé limita a señalar el género y la diferencia específica; la segunda expresa, además, la materia y la forma del sacrificio del altar; la tercera describe con detalle el santo sacrificio.
a) Definición metafísica: es el sacrificio que renueva el mismo de la cruz en su ser objetivo.
En esta definición, la palabra sacrificio expresa el género; y el resto de la fórmula, la diferencia específica.
 b) Definición física: es el sacrificio inmolativo del cuerpo de Cristo realizado en la cruz y renovado en su ser objetivo bajo las especies sacramentales de pan y vino.
En esta definición, la materia es el cuerpo de Cristo presente bajo las especies sacramentales; la forma es el sacrificio inmolativo realizado en la cruz en cuanto renovado en su ser objetivo. En esta misma forma puede distinguirse la razón genérica (sacrificio) y la razón específica (inmolado en la cruz y renovado en el altar).
c) Definición descriptiva: es el sacrificio incruento de la Nueva Ley que conmemora y renueva el del Calvario, en el cual se ofrece a Dios, en mística inmolación, el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies sacramentales de pan _y vino, realizado por el mismo Cristo, a través de su legítimo ministro, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos los méritos del sacri­ficio de la cruz.
En sus lugares correspondientes iremos examinando cada uno de los elementos de esta definición
 97. 3. Errores. En torno al sacrificio de la misa se han re­gistrado en el transcurso de los siglos muchos errores y herejías. He aquí los principales a) Los petrobrusianos, valdenses, cátaros y albigenses (siglos XII y XIII) negaron por diversos motivos que en la santa misa se ofrezca a Dios un verdadero y propio sacrificio.
b) Los falsos reformadores (Wicleff, Lutero, Calvino, Melanchton, etcétera) niegan también el carácter sacrificial de la santa misa.
c) Muchos racionalistas modernos y la mayor parte de las sectas pro­testantes hacen eco a estos viejos errores y herejías.
98. 4. Doctrina católica. Vamos a precisarla en dos con­clusiones
Conclusión I.ª En la santa misa se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio. (De fe divina, expresamente definida.)
He aquí las pruebas:
1º. LA SAGRADA ESCRITURA. El sacrificio del altar fue anunciado o prefigurado en el Antiguo Testamento y tuvo su realización en el Nuevo. Recogemos algunos textos
a) El sacrificio de Melquisedec: «Y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abrahán, di­ciendo...» (Gen. I4, I8-19).
Ahora bien: según se nos dice en la misma Escritura, Cristo es sacer­dote eterno según el orden de Melquisedec (Ps. 109,4; Hebr. 5,5 - 9). Luego debe ofrecer un sacrificio eterno a base de pan y vino, como el del antiguo profeta. He ahí la santa misa, prefigurada en el sacrificio de Melquisedec.
b) El vaticinio de Malaquías: «No tengo en vosotros complacencia al­guna, dice Yavé Sebaot; no me son gratas las ofrendas de vuestras manos. Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé Se­baot» (Mal. I, 10-11).
Estas palabras, según la interpretación de los Santos Padres y de la mo­derna exégesis bíblica, se refieren al tiempo mesiánico, anuncian el verda­dero sacrificio postmesiánico y responden de lleno y en absoluto al santo sacrificio de la misa.
c) La institución de la eucaristía. Cristo alude claramente al carácter sacrificial de la eucaristía cuando dice
«Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Haced esto en me­moria mía... Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc. 22,19-20).
2º. Los SANTOS PADRES. La tradición cristiana interpretó siempre en este sentido los datos de la Escritura que acabamos de citar. Son innume­rables los testimonios.
3º. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. Lo enseñó repetidamente en todas las épocas de la historia y lo definió expresamente en el concilio de Trento contra los errores protestantes. He aquí el texto de la definición dogmática:
«Si alguno dijere que en la misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema» (D 948).
4º. LA RAZÓN TEOLÓGICA ofrece varios argumentos de conveniencia. He aquí algunos.
a) No hay religión alguna sin sacrificio, que es de derecho natural (1)
Ahora bien: la religión más perfecta del mundo como única revelada por Dios-es la cristiana. Luego tiene que tener su sacrificio verdadero y propio, que no es otro que la santa misa.
b) La santa misa reúne en grado eminente todas las condiciones que requiere el sacrificio. Luego lo es. Más adelante veremos cómo se cumplen, efectivamente, en la santa misa todas las condiciones del sacrificio.
c) El Nuevo Testamento es mucho más perfecto que el Antiguo. Ahora bien: en la Antigua Ley se ofrecían a Dios verdaderos sacrificios -entre los que destaca el del cordero pascual, figura emocionante de la inmolación de Cristo (cf I Cor. 5,7)-; luego la Nueva Ley ha de tener también su sacrificio propio, que no puede ser otro qué la renovación del sacrificio del Calvario, o sea, la santa misa. 
Conclusión 2.ª El sacrificio de la cruz y el sacrificio del altar son uno solo e idéntico sacrificio, sin más diferencia que el modo de ofrecerse: cruento en la cruz e incruento en el altar. (Doctrina católica.)
Consta por los siguientes lugares teológicos:
1º. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. Lo enseña expresamente -aunque sin definirlo de una manera directa- el concilio de Trento con las siguientes palabras
«Una y la misma es la víctima, uno mismo el que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdotes y el que se ofreció entonces en la cruz; sólo es distinto el modo de ofrecerse» (D 940).
Esto mismo ha repetido y explicado en nuestros días S. S. Pío XII en su admirable encíclica Mediator Dei:
«Idéntico, pues, es el sacerdote, Jesucristo, cuya sagrada persona está representada por su ministro...
Igualmente idéntica es la víctima; es decir, el mismo divino Redentor, según su humana naturaleza y en la realidad de su cuerpo y de su sangre. Es diferente, sin embargo, el modo como Cristo es ofrecido. Pues en la cruz se ofreció a sí mismo y sus dolores a Dios, y la inmolación de la víctima fue llevada a cabo por medio de su muerte cruenta, sufrida volun­tariamente. Sobre el altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su hu­mana naturaleza, la muerte no tiene ya dominio sobre El (Rom. 6,9) y, por tanto, no es posible la efusión de sangre. Mas la divina sabiduría ha encontrado un medio admirable de hacer patente con signos exteriores, que son símbolos de muerte, el sacrificio de nuestro Redentor» (2).
2º. Los SANTOS PADRES. Lo repiten unánimemente. Por vía de ejemplo, he aquí un texto muy expresivo de San Juan Crisóstomo:
« ¿Acaso no ofrecemos todos los días?... Ofrecemos siempre el mismo (sacrificio); no ahora una oveja y mañana otra, sino siempre la misma. Por esta razón es uno el sacrificio; ¿acaso por el hecho de ofrecerse en muchos lugares son muchos Cristos? De ninguna manera, sino un solo Cristo en todas partes; aquí íntegro y allí también, un solo cuerpo. Luego así como ofrecido en muchos lugares es un solo cuerpo y no muchos cuerpos, así también es un solo sacrificio» (3).
3º. LA RAZÓN TEOLÓGICA. He aquí cómo se expresa Santo Tomás: «Este sacramento se llama sacrificio por representar la pasión de Cristo, y hostia en cuanto que contiene al mismo Cristo, que es «hostia de suavidad», en frase del Apóstol» (III, 73, 4 ad 3).
«Como la celebración de este sacramento es imagen representativa de la pasión de Cristo, el altar es representación de la cruz, en la que Cristo se inmoló en propia figura» (83,2 ad 2).
«No ofrecemos nosotros otra oblación distinta de la que Cristo ofrecié por nosotros, es a saber, su sangre preciosa. Por lo que no es otra oblación, sino conmemoración de aquella hostia que Cristo ofreció» (In ep. ad Hebr. 10, I).
Recogiendo todos estos elementos, escribe con acierto un teólogo contemporáneo
«Este sacrificio eucarístico es idéntico el de la cruz, no solamente porque es idéntico el principal oferente, Cristo, y la hostia ofrecida, Cristo paciente, sino, además, porque es una misma la oblación u ofrecimiento de Cristo en la cruz, sacramentalmente renovada en el altar. Esta oblación constituye el ele­mento formal de todo sacrificio. Sin esta unidad de oblación no se da ver­dadera unidad e identidad del sacrificio de la cruz y del altar» (4).
No hay, pues-como quieren algunos teólogos-, diferencia específica entre el sacrificio de la cruz y el del altar, sino sólo diferencia numérica; a no ser que la diferencia específica se coloque únicamente en el modo de ofrecerlo, porque es evidente que el modo cruento y el incruento son espe­cíficamente distintos entre sí. Pero esta diferencia puramente modal no esta­blece diferenciación alguna en el sacrificio en sí mismo, que es específicamente idéntico en el Calvario y en el altar.
Corolarios. 1º. El sacrificio de la cena fue también en sí mismo verdadero y propio sacrificio, aunque por orden al sacrificio de la cruz que había de realizarse al día siguiente. La razón es porque hubo en él todos los elementos esenciales del sacrificio: sacerdote oferente, víctima e inmola­ción mística o sacramental, significada por la separación de las dos especies.
2°. Luego el sacrificio de la cena, el de la cruz y el del altar son específicamente idénticos, aunque haya entre ellos un conjunto de diferencias accidentales, que en nada comprometen aquella identidad específica esen­cial. El de la cena anunció el de la cruz, cuyos méritos nos aplica el del altar.
3°. El sacrificio del altar recoge, elevándolas al infinito, las tres formas de sacrificio que se ofrecían a Dios en el Antiguo Testamento: a) el holocausto, porque la mística oblación de la Víctima divina significa el recono­cimiento de nuestra servidumbre ante Dios mucho más perfectamente que la total combustión del animal que inmolaban los sacerdotes de la Antigua Ley; b) la hostia pacífica, porque el sacrificio eucarístico es incruento y carece, por lo mismo, del horror de la sangre; y c) del sacrificio por el pecado, porque representa la muerte expiatoria de Cristo y nos la aplica a nosotros. Un tesoro, en fin, de valor rigurosamente infinito.
R.P. Antonio Royo Marín O.P. Teología Moral para seglares . Tomo II. Los Sacramentos .
NOTAS:
(1) Cf II-II,85,I.
(2) Pío XII, encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947) P. 548. 3
(3) Hom. in ep. ad Eph. 21, 2.
(4) RVDMO. P. BARBADO, O. P., obispo de Salamanca: Prólogo al Tratado de la Santísima Eucaristía, del Dr. Alastruey, 2.ª ed. (BAC, 1952) p.XX