sábado, 26 de junho de 2010

LIBRO: EN LAS AGUAS TURBIAS DEL CONCILIO VATICANO II:“La única Iglesia de Cristo que en el Símbolo confesamos (…) Católica (…) subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el Sucesor de Pedro”. Si la intención era afirmar que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo, como siempre ha sido enseñado, ¿por qué lanzar una duda como esa en la mente del fiel? ¿Por qué esta ambigüedad del subsistit in?


“El Concilio es como un manantial que se convierte
en un río. La corriente del río nos sigue aun cuando
la fuente del manantial está lejos. Se puede decir que
el Concilio dejó un legado a la Iglesia que lo celebró. El
Concilio no nos obliga tanto a mirar hacia atrás, al acto
de su celebración, sino, más bien, nos obliga a tomar en
consideración la herencia que de él hemos recibido, la
cual está presente y permanecerá presente en el futuro.
¿Qué herencia es esa?”
Paulo Vl



El estudio más completo acerca del Concilio Vaticano II que se haya hecho hasta ahora y el objetivo primario es el análisis del Concilio Vaticano II, su espíritu, su pensamiento de fondo y sus frutos. El objetivo secundario es el estudio de la unidad que dichos elementos presentan entre sí.

Plan de la obra:

1° Análisis de la letra de los documentos conciliares (volumen I).

2° Análisis del espíritu del concilio (volúmenes II, III, IV y V).

3° Análisis de los frutos del Vaticano II (además de los tratados en los volúmenes anteriores, especialmente los volúmenes VI, VII, VIII, IX, X y XI).

Descripción sumaria de cada volumen de esta obra:

I En las Aguas Turbias del Concilio Vaticano II: busca analizar la letra de los documentos conciliares y muestra la imposibilidad de hacerlo debido a su ambigüedad lingüística intencional.

II Animus Injuriandi I (Deseo de Insultar I): presenta una larga serie de ofensas hechas a la Santa Madre Iglesia por los jerarcas y teólogos más representativos tanto de los tiempos inmediatos previos al Vaticano II como posteriores a éste.

III Animus Injuriandi II: relata las ofensas contra la religión.

IV Animus Delendi I (Deseo de Destruir I): presenta una doctrina del progresismo y un plan para la auto-demolición de la Iglesia y los importantes hechos que muestran cómo este nefasto trabajo está siendo realizado.

V Animus Delendi II: presenta un resumen de las dos principales iniciativas desarrolladas por la corriente progresista: el ecumenismo y la secularización. El objetivo indirecto de estas iniciativas, alentadas oficialmente por los pontífices conciliares, es la destrucción de la fe católica y los restos de la Cristiandad que todavía viven en los Estados y en la sociedad occidentales.

VI Inveniet fidem? (¿Encontrará Fe?): demuestra cómo los documentos conciliares están propiciando una sistemática destrucción de la fe católica.

VII Destructio Dei (La Destrucción de Dios): demuestra cómo la teología conciliar está mudando la concepción personal y transcendente de Dios que la fe católica nos enseñó.

VIII Fumus Satanae (El humo de Satanás): presenta el nuevo concepto inmanente de Dios que está siendo predicado por la teología conciliar.

IX Creatio (Creación): presenta la nueva doctrina progresista – el evolucionismo – y cómo está siendo aplicada para modificar la noción de la creación y de la historia.

X Peccato, Redemptio (Pecado y Redención): analiza el ataque a las nociones tradicionales de pecado original y de la redención y las nuevas teorías que las reemplazan.

XI Ecclesia (La Iglesia): analiza los principales nuevos conceptos de Iglesia que vienen del Vaticano II: Iglesia misterio, pueblo de Dios, Iglesia pecadora, Iglesia peregrina, Iglesia pobre, etc.

Dada la profundidad y seriedad de análisis, como también por la abundante documentación contenida, esta obra está dirigida a un público bastante amplio, ya que creemos merece la lectura cuidadosa y reflexiva de obispos, sacerdotes, estudiosos, historiadores, fieles y público en general.
Juan Valdivieso V.
Editor

PRÓLOGO ESPECIAL
por

R.P. Malachi Martin, SJ.

Este primer volumen de la colección Eli, Eli, Lamma Sabacthani? coloca al autor Atila Sinke Guimarães como uno de los actuales estudiosos mejor informados de aquel evento que marcó época: el Concilio Vaticano II. Hasta el momento, el examen más enciclopédico y detalladamente informado sobre el Concilio había sido realizado por el profesor (Romano) Amerio, en su Iota Unum. La colección de Guimarães concurre justamente a reemplazar Iota Unum como el mejor libro de fuente, de múltiples finalidades, sobre el Concilio. Y no es arriesgado o apresurado predecir que esta obra de Guimarães será un trabajo de referencia sobre la materia, inclusive a lo largo del siglo XXI.
El título del primer volumen, En las Aguas Turbias del Concilio Vaticano II, expresa exactamente su contenido. Todos los que vivimos en los años del Vaticano II (1962-1965) y tuvimos que tratar con sus consecuencias, podemos reconocer inmediatamente la entera precisión de este volumen. La ambigüedad, cultivada y, como fue, perfeccionada en la composición de los dieciséis principales documentos del Concilio, es ahora vista como el medio más hábil encontrado tanto para destruir el carácter romano y la catolicidad de la Iglesia Católica romana, como para entregarles toda esa organización institucional de mil millones de miembros a las manos listas y ávidas de aquellos para quienes la existencia del Papado tradicional y de la organización jerárquica fue por un largo tiempo un anatema.

Se lee este volumen con un cierto sentimiento de malestar, el cual ha sido causado por la manera unificada por la que los propios teólogos y prelados de la Iglesia conspiraron conscientemente, para hacer efectiva la actual tendencia de des-romanización y des-catolización de la otrora monolítica institución.

Nueva York, 25 de septiembre de 1997.


ACLARACIONESDEL AUTOR

§1 El título de este volumen, En las Aguas Turbias del Concilio Vaticano II, podría parecer una acusación irrespetuosa lanzada al Concilio justo en el inicio de una obra que busca analizarlo con imparcialidad.

Sin embargo, la imagen de las “aguas turbias” referidas al Vaticano II no es nuestra. Ella fue usada por Mons. Philippe Delhaye, profesor de la Universidad de Louvain-la-Neuve y secretario general de la Comisión Teológica Internacional (1973 a 1988). En efecto, Mons. Delhaye dice: “El Vaticano II fue una cúspide en la vida de la Iglesia, para el cual concurrieron movimientos de ideas tales como las del movimiento litúrgico: una cúspide de la cual fluyen y fluirán torrentes de agua viva para la Iglesia. Por el momento estas aguas están, algunas veces, turbias; ocurrieron ciertas desviaciones; pero acontecerá con este Concilio lo que sucedió con otros: tomará años para que se puedan ver sus efectos”.

§2 El cardenal Leo Józef Suenens, arzobispo de Malinas, uno de los cuatro moderadores que dirigieron el Concilio y ciertamente uno de los más influyentes personajes en la asamblea conciliar, también empleó la metáfora de las aguas turbulentas. Afirma él: “En pocas palabras, un trabajo falta por hacer: el de armonizar dos puntos de vista y conducirlos a una síntesis perfecta. Existe en Irlanda un lugar muy conocido por los turistas llamado the meeting of the waters. Es un valle en el cual dos ríos chocan impetuosamente uno contra otro para formar, después, un solo río de aguas calmas. Les ofrezco esta metáfora como un convite para llevar a término, en un diálogo fraterno, la maravillosa sinfonía – infelizmente incompleta como toda la creación humana – de la Lumen gentium”.

§3 Refiriéndose al mismo conflicto de tendencias, esta vez en la fase post-conciliar del pontificado de Paulo VI, el cardenal Suenens también utiliza la metáfora de “las aguas turbias”: “Paulo VI debía conducir la barca de Pedro entre corrientes opuestas que enturbiaron las aguas. Para algunos, en la propia Roma, él fue muy favorable a las tendencias de la mayoría [los progresistas], y las reformas que él realizó encontraron una fuerte oposición local. Mientras que, fuera de Roma, las hesitaciones y las tardanzas [hacia las reformas] se acentuaban”.

§4 Se ve entonces, que la imagen de las aguas turbias y aguas revueltas no provienen originalmente de nosotros. La razón de usar la metáfora de las “aguas turbias”, empleada por Mons. Delhaye y el cardenal Suenens, como título para este volumen es porque creemos
que expresa la actual realidad.

Cualquier intento irrespetuoso, por lo tanto, está lejos de nuestros motivos.
CAPÍTULO I
AMBIGÜEDAD EN LOS TEXTOS DE LOS DOCUMENTOS
OFICIALES DEL VATICANO II

§1 Si alguien dotado de una cultura católica media y motivado por su amor a la Iglesia estudia los documentos del Concilio Vaticano II, a medida que avanza en su lectura, su espíritu se verá gradualmente invadido de preguntas.

Ya en el primer capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium,se sorprendería al leer: “La única Iglesia de Cristo que en el Símbolo confesamos Una, Santa, Católica y Apostólica (…) constituida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro (…), si bien fuera de su estructura visible se encuentren varios elementos de santificación y verdad. Estos elementos, como dones propios de la Iglesia de Cristo, impelen a la unidad católica” (LG 8b).

Este pasaje habría sido claro si hubiese afirmado que la Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica o que la Iglesia de Cristo existe exclusivamente en la Iglesia Católica. Escrito como está, queda afirmado implícitamente que existirían dos realidades distintas – la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica – y que la segunda, que sería más restringida, recibiría su vida de la primera, más universal y más noble.

¿Qué “Iglesia de Cristo” sería esta, diferente y más noble que la Iglesia Católica, de la cual esta última recibiría su propia vida? ¿Sería una “iglesia” que contendría “elementos de santificación y verdad” que se encuentran “fuera” de la estructura visible de la Iglesia Católica? A la búsqueda de una explicación, el lector deparará con una aún más grande confusión: ¿entonces, pueden habitualmente existir elementos de “santificación y verdad” fuera del seno sagrado de la Iglesia Católica?

Esta afirmación implícita, de la existencia de dos iglesias diferentes,choca frontalmente con la enseñanza perenne del magisterio y con el sentido católico de los fieles, que siempre se han nutrido, como niños de su leche materna, de la creencia de que la Iglesia Católica es la única Iglesia de Cristo. Deseoso de encontrar una respetuosa solucióna tal afirmación disonante, el fiel católico es llevado a preguntarse si la expresión, subsistit in, no fue usada inadecuadamente.

La impresión de ambigüedad se hace aún más sorprendente cuando,después de la consideración anterior, volvemos al texto con el propósito de ver si se lo puede interpretar de una manera benigna, pero coherente.

“La única Iglesia de Cristo que en el Símbolo confesamos (…) Católica (…) subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el Sucesor de Pedro”.

Si la intención era afirmar que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo, como siempre ha sido enseñado, ¿por qué lanzar una duda como esa en la mente del fiel? ¿Por qué esta ambigüedad del subsistit in?

§2 Más adelante, al leer el inicio del capítulo II de la misma constitución dogmática, un espíritu católico no puede dejar de levantar,con preocupación, varias preguntas acerca de si habría sido oportuno sustituir la noción de una Iglesia jerárquica y sacra por la noción de “pueblo de Dios”. Nos gustaría decir una palabra sobre su contexto, dejando el análisis del texto para después. Si bien la expresión “pueblo de Dios”, por sí misma, puede ser aplicada legítimamente a la Iglesia,un católico podría preguntarse si en un mundo, devastado por la tendencia de abolir toda superioridad, contaminado por los errores de la Ilustración y la Revolución Francesa, y, además, profundamente minado por los gérmenes virulentos del comunismo, habrá sido oportuno presentar la estructura de la Iglesia, predominantemente como un pueblo y ya no más como una jerarquía. ¿No es esto abrir la puerta a esa tendencia igualitaria?.

En este contexto, la afirmación del sacerdocio común de los fieles(8), ¿no es estimular el mito rousseauniano de la soberanía popular? ¿No es esto un renacimiento de los viejos errores de la Acción católica(9) que instaban a los laicos a participar en el munus (oficio) jerárquico?

§3 Habiendo el Concilio aprobado nociones tan singulares, en aparente detrimento de la constitución jerárquica de la Iglesia, ¿cómo se podría evitar entonces, los excesos a que llegaron un Fr. Leonardo Boff y un P. Edward Schillebeeckx, que preconizan una iglesia igualitaria? En el largo plazo, ¿qué eficacia tendrán las loables advertencias que el entonces cardenal Ratzinger hizo a esos autores, que en realidad se sienten protegidos por la ambigüedad en el texto y contexto de la Lumen gentium?

§4 En el caso de la noción eclesiológica de “pueblo de Dios”, la ambigüedad se encuentra no sólo en pasajes incidentales sino que impregna todo el contexto en el que la Iglesia parece adaptarse a los errores de la Ilustración, de la Revolución Francesa e, indirectamente, al comunismo(13), todos los cuales hasta entonces Ella siempre combatió.

§5 Quien analiza el conjunto de los documentos conciliares, comenzando por la Lumen gentium, tiene un momento de distención cuando llega al capítulo II. En efecto, ahí se lee: “No podrán salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se nieguen a entrar o a perseverar en ella” (LG 14a).

Estamos, en efecto, delante del axioma perenne de la enseñanza dogmática: extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación).

En este pasaje, la coherencia del pensamiento del Vaticano II con toda la tradición de la Iglesia da a la persona que lo estudia una sensación de seguridad, confianza y esperanza de que las ambigüedades citadas anteriormente puedan ser resueltas por una explicación cristalina.

Sin embargo, tales esperanzadores y filiales sentimientos se deshacen como una ola que choca en una roca cuando se llega al texto del decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio; y más adelante, al de la declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae; y finalmente, al de la declaración sobre las relaciones con las religiones no-cristianas, Nostra aetate.

Consideremos, por ejemplo, el decreto Unitatis redintegratio, en el cual se lee: “Comunidades no pequeñas se separaron de la plena comunión de la Iglesia Católica. (…) Sin embargo, quienes ahora nacen en esas comunidades y se nutren con la fe de Cristo no pueden ser acusados de pecado de separación, y la Iglesia Católica los abraza con fraterno respeto y amor. (…) Además de los elementos o bienes que conjuntamente edifican y dan vida a la propia Iglesia, pueden encontrarse algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera del recinto visible de la Iglesia Católica: la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles. (…) Los hermanos separados de nosotros practican también no pocas acciones sagradas de la religión cristiana, las cuales (…) hay que considerarlas aptas para abrir el acceso a la comunión de la salvación” (UR 3a, b, c).

En este caso no parece más tratarse de ambigüedades; se diría que estamos delante de la incoherencia y de la contradicción. ¿Cómo no ver una contradicción entre lo que se dice aquí y la cita anterior de la Lumen gentium?

§6 Hemos presentado tres ejemplos de ambigüedad y contradicción tomados de apenas dos de los dieciséis documentos finales del Concilio Vaticano II.

¡Cuánto se tendría que escribir para hacer un análisis completo sólo de los puntos ambiguos, contradictorios e incompletos de tales documentos!
Para conocer en más detalle o adquirir esta obra ingrese aquí http://aguasturbias.com/

Tomado de: Devoción Católica