segunda-feira, 22 de fevereiro de 2010

“Este hombre tan providencial”


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Santo Padre

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En el día en que celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro, el Santo Padre Benedicto XVI se encuentra en la segunda jornada de sus ejercicios espirituales anuales, que han comenzado ayer por la tarde y se extenderán hasta el próximo sábado por la mañana.


Nuestro amado Papa, que se acerca al quinto año de su pontificado, con gran entrega y plena confianza en Dios, continúa guiando sabiamente a la Iglesia, enfrentando la violenta oposición interna y externa, y empleando todas sus fuerzas para realizar la voluntad del Señor. Oremos, en esta fiesta y a lo largo de esta semana, por este gran Pontífice, “este hombre tan providencial” (como lo ha llamado el cardenal Cañizares), para que el Señor lo proteja, preserve su vida, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.


A la oración por nuestro Papa unimos la oración por algo que está muy cercano a su corazón y que representa uno de los deberes propios del ministerio petrino que se le ha confiado: la unidad. Como sabemos, el mundo anglo-católico ha elegido precisamente esta fiesta “petrina” para una jornada especial de oración, reflexión y discernimiento en relación a la mano tendida del Romano Pontífice con la Constitución Apostólica “Anglicanorum Coetibus”.


Ofrecemos ahora una entrevista al Padre Enrico Dal Covolo, que ha sido elegido para predicar este año los ejercicios espirituales al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana, e invitamos a nuestros lectores a elevar una especial oración a Dios por el actual Sucesor de Pedro.

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¿Puede ilustrarnos el tema de los ejercicios espirituales de este año: “Lecciones de Dios y de la Iglesia sobre la vocación sacerdotal”?


El título intenta explicar tanto la línea del método como la línea de los contenidos de estos ejercicios. La línea del método es la antigua y venerable de la lectio divina, articulada en sus etapas fundamentales de la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. La conversión de la vida es la etapa conclusiva de la lectio divina y, en consecuencia, la etapa conclusiva de los ejercicios espirituales. El mismo título alude también a los contenidos, que se refieren a la vocación sacerdotal. Ésta es ilustrada a través de las etapas típicas de los relatos bíblicos de vocación, que son cinco: la llamada de Dios; la respuesta del hombre; la misión que Dios confía a aquel que llama; la duda, la tentación, las resistencias, las perplejidades del llamado; finalmente, la confirmación tranquilizadora por parte de Dios. Las meditaciones de la mañana recorrerán sistemáticamente estas cinco etapas. En cambio, la meditación de la tarde se inspira en las “lecciones de la Iglesia”, la más ilustre de las cuales es la de sacerdotes santos o, al menos, de sacerdotes ejemplares. Los cinco elegidos para estos “medallones sacerdotales” son san Agustín, el santo Cura de Ars, el cura rural de Bernanos, el venerable José Quadrio y el venerable Juan Pablo II.

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En el retiro hablará, por lo tanto, de san Juan María Vianney. ¿Cuáles son los aspectos relevantes de los que hablará?


Elegí predicar no tanto utilizando la biografía de san Juan María Vianney, ya que es muy conocida, sino tomando cinco episodios de su vida, a través de los cuales es más fácil comparar la propia historia de llamada y la historia de vocación del santo Cura. En el fondo, todos estos ejercicios no son sino una verificación de la vocación sacerdotal a la luz de la Palabra de Dios y de la palabra de la Iglesia.

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¿Por qué un sacerdote tiene necesidad de realizar ejercicios espirituales?


Esencialmente, porque son necesarios. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros recomienda que, cada año, los sacerdotes hagan sus ejercicios espirituales. De hecho, el camino de la vida, sobre todo en esta cultura en la que nos encontramos, muchas veces puede llevar a olvidar las motivaciones profundas de una opción de fe y de vocación. Incluso el Papa, que es el supremo pastor, no está exento de tentaciones, de resistencias, del camino fatigoso de la fe. También él tiene necesidad de los ejercicios espirituales para poder confirmar eficazmente a los hermanos en la fe y dar buen ejemplo a todos los sacerdotes.

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¿Cómo vive esta experiencia de predicador de los ejercicios espirituales al Papa?


Me siento muy alcanzado por la gracia de estado. Debo decir que no es mío el pedido del encargo sino que se me ha confiado. Siento la gracia de Dios que me ayuda fuertemente. Me ha ayudado mucho a enfocar estas meditaciones y no he necesitado mucho tiempo para prepararlas. La gracia me sostiene también desde el punto de vista emotivo porque debo decir que me siento muy tranquilo, y para nada emocionado. Hay que agregar que tengo una larga experiencia de predicación de ejercicios espirituales. Si conté bien, el que predicaré al Papa debería ser el 221º curso de ejercicios espirituales predicados a sacerdotes, religiosos, religiosas, consagrados, en mis treinta años de sacerdocio.

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¿Piensa que la formación en los seminarios prepara adecuadamente al candidato para desarrollar su ministerio sacerdotal?


Sin duda, hay un gran compromiso en este sentido. Precisamente en su reciente visita al Pontificio Seminario Romano, el Papa ha subrayado este esfuerzo en actualizar la formación sacerdotal. Ciertamente es un desafío. En particular, pienso que sería necesario estudiar más el modo en que los futuros sacerdotes se acercan a la Sagrada Escritura. Muchas veces me parece que se trata de un tipo de acercamiento demasiado subordinado al método histórico-crítico. No es que este método no tenga sus méritos pero es, por sí solo, insuficiente. El futuro sacerdote debe acercarse a la Escritura con el espíritu con que se acercaban nuestros Padres, con aquella capacidad sapiencial de lectura de los textos profundamente eclesial. Esto es lo que el Papa llama “exégesis canónica” o “teológica”.

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Estamos celebrando el Año sacerdotal, un momento de reflexión sobre la vocación. En su opinión, ¿por qué un joven debería decidir hacerse sacerdote?


Lo que, en última instancia, impulsa a un joven a hacerse sacerdote sólo puede ser la invitación del Señor, es decir, la llamada. Como escribía Juan Pablo II, no podemos definirla exactamente en sus términos, porque es don y misterio. Pero podemos decir que ciertamente una persona es capaz de percibir con claridad la llamada del Señor a ser sacerdote. Por lo tanto, más bien me preguntaría, ¿qué lo bloquea? Hoy lo que bloquea al joven, incluso al punto de no lograr percibir con claridad esta llamada, es el clima en que nos encontramos. Un clima cultural consumista, demasiado centrado en las exigencias materiales, poco abierto al diálogo con el espíritu. Esto es lo que realmente puede bloquear al candidato. Hay también muchas dificultades específicas ligadas a la generación actual, pienso especialmente en nuestro viejo mundo, en la vieja Europa. Hoy en día, un joven es, con frecuencia, muy frágil en sus opciones. Cuesta tomar decisiones definitivas tanto en lo que respecta al sacerdocio como al matrimonio. Por eso, tanto más se encuentra en dificultades frente a una elección como esta, que consiste en dar totalmente la propia vida al servicio de los hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor. El modelo de Cristo Crucificado es ciertamente un modelo que contradice la cultura del mundo que nos rodea.

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¿Cuáles son los principales riesgos en la actividad pastoral de un sacerdote?


Una “trampa” es la soledad, de la que hablaré de modo particular en el perfil del cura rural. En realidad, la soledad del sacerdote es algo necesario. Es necesario que el presbítero desde su formación se prepare para esta soledad, que no es vacío existencial, sino que debe traducirse en un encuentro privilegiado e íntimo con el Señor Jesús, al cual ningún otro amor puede hacerle competencia. De modo radical, el sacerdote está invitado a no anteponer nada al amor de Cristo, según la máxima de san Benito. Pues bien, la soledad, si se la llena de estos contenidos, es un bien. Facilita el encuentro personal con Dios. A veces, en cambio, el sacerdote experimenta la soledad como vacío existencial. ¿Por qué? Porque ha perdido la dimensión contemplativa de la vida. Por eso es importante un curso de ejercicios espirituales, porque ayuda a reflexionar sobre estas cosas y a convertirse.

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La soledad es la primera “trampa”. ¿Y las otras?


Pienso en las compensaciones que el sacerdote busca frente a esta soledad. Compensaciones que pueden pasar por muchas cosas, sin pensar de inmediato en las cosas más graves, es decir, en la búsqueda de afectos que están prohibidos al celibato sacerdotal, o sin pensar en la acumulación de dinero, que a veces es realmente una trampa para los sacerdotes. Se puede pensar más fácilmente en el así llamado activismo, es decir, en el riesgo de “hacer por hacer”, que se convierte casi en una droga. En esta trampa, muchos presbíteros han caído y continúan cayendo. Para los obispos, podría ser a veces la trampa de una cierta búsqueda de honores, de un sentirse casi satisfechos por el rol de privilegio que tienen luego de la ordenación episcopal. Sin embargo, también para ellos siguen siendo reales los mismos riesgos de los sacerdotes.

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Usted ha preparado un medallón sobre José Quadrio. ¿Quién es este sacerdote?


Fue Benedicto XVI quien reconoció la heroicidad de la vida y de las virtudes de José Quadrio el pasado 19 de diciembre. Es una figura muy interesante, porque es un sacerdote salesiano ejemplar que ha sido teólogo: por lo tanto, de algún modo, se ha santificado a través del estudio y la enseñanza de la teología. Ha sido también decano de la facultad de teología en Turín, antes que el Pontificio Ateneo Salesiano se trasladase a Roma. Murió en 1963, no había cumplido aún los 42 años. Era una promesa para la teología, una gran esperanza. Basta pensar que en 1946 realizó una disertación en la que defendió la definibilidad dogmática de la Asunción de María. Estaban presentes nueve cardenales, además de monseñor Montini, futuro Papa Pablo VI. Tuvo una amplia resonancia también en L’Osservatore Romano, que ofreció un servicio muy detallado. ¿Por qué lo elegí? Porque en sus cartas está delineada la figura ideal del sacerdote. En cierto sentido, mientras pinta este retrato ideal del sacerdote, él ofrece también aquel autorretrato que no sabía que estaba escribiendo.

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Otro medallón es el cura rural de Bernanos. ¿Por qué esta elección?


Al cura rural lo elegí para la conclusión de la jornada penitencial, en la cual hablaré de la duda, de las resistencias, de las tentaciones que el sacerdote encuentra en su historia de vocación. La doliente figura del cura es, sin duda, ejemplar desde este punto de vista. Propondré su experiencia, es decir, cómo pasó a través de él la duda, cómo lo marcó la tentación, y cómo en el lecho de muerte hizo las paces consigo mismo y con Dios, con el lema “todo es gracia” de Teresa de Lisieux.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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