segunda-feira, 1 de fevereiro de 2016

¡Espíritu de Dios, ayúdame a aprender a leer los hechos de la historia y de mi misma vida! ¡Aýdame a mantener elevados los ojos al Cielo de Dios, a mantener una relación constante y vivida con Cristo

En medio de la dureza de la vida

Un matrimonio amigo, casado hace más de una década, al que no les llegaban los hijos han recibido la buena nueva de que pronto serán padres. La dureza de la vida queda ejemplificada en esta pareja, esperanzados y llenos de fe, que eran incapaces de generar vida. En ellos se nos muestra la dificultad pero también el impulso del Padre Creador. El impulso divino se manifiesta de manera alegre en ese anuncio gozoso de la nueva vida que trae a esa familia, vida que emerge en la supuesta sequedad de un matrimonio cristiano.
Pero Dios actúa de la manera más imprevista. Porque Dios, Creador de la vida, impulsa la vida. Es el mismo Dios que germinó vida en la sequedad de tantas mujeres, como Isabel que engendró a Juan el Bautista para que preparase los caminos para el vivir cotidiano. El mismo que encarnó a Cristo, Nuestro Salvador, en el seno virginal de María, para que diera a los hombres el verdadero sentido a sus vidas y les pudiera mostrar que Él es el camino, la verdad y la vida. Es el mismo Dios que nos envía cada día su Espíritu, para que aliente en lo más profundo de nuestro corazón Su Vida en nuestra vida, con el fin de que la llevemos, especialmente en este Año de la Misericordia, a todas las personas que se crucen en nuestro camino.
La sequedad es un camino que se abre a la esperanza. Porque, al igual que mi matrimonio amigo, herido por la imposibilidad de tener hijos, fin de la familia, en medio de la dureza de la vida, de la sequedad que uno pueda estar viviendo, Dios apuesta por la vida. Apuesta por la esperanza. Y con su Espíritu quiere dar vida a ese barro en apariencia estéril que es mi vida para llegar a convertirse en el aliento de mi vida, para demostrar que se puede confiar siempre en Él, para preparar caminos a esa Vida Nueva que es Cristo, en mí y en los que me rodean, incluso en los momentos de mayor incertidumbre y aridez. Dios hace las cosas bellas y hay que saber acoger los momentos de dificultad y sequedad como un signo de la presencia de Dios en nuestro pequeño corazón.
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¡Espíritu de Dios, ayúdame a aprender a leer los hechos de la historia y de mi misma vida! ¡Aýdame a mantener elevados los ojos al Cielo de Dios, a mantener una relación constante y vivida con Cristo, abriéndole mi corazón y mi mente en la oración personal y comunitaria, para aprender a ver las cosas de una forma nueva! ¡Ayúdame a aceptar las cosas que me suceden! ¡Ayúdame a tener siempre la mirada puesta hacia Dios, para dejar que Su voluntad ilumine mi camino terrenal! ¡Ayúdame a vivir con realismo el presente que estoy viviendo! ¡Ayúdame a no perder nunca la esperanza! ¡Gracias, Señor, por los dones de tu infinita misericordia, por los momentos luminosos que me regalas en las que es posible sentir la alegría de tu presencia, por todo lo bueno, lo noble, lo verdadero que acontece en mi vida: la amistad, los abrazos, la oración, el esfuerzo compartido, la esperanza…! ¡Gracias también, Señor, por las dificultades que vivo, por los problemas y sufrimientos que tengo que vivir y padecer! ¡Gracias, por todos ellos, porque me acercan más a Tí y porque Tú las permites para mi mayor bien, porque todo cuanto me sucede es querido o permitido por Ti! ¡No permitas que las dificultades y las pruebas mermen mi confianza, mi fidelidad y mi esperanza!https://orarconelcorazonabierto.wordpress.com/