domingo, 12 de dezembro de 2010

DOMINGO GAUDETE EN TOLEDO


"Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito, alegraos. Resplandezca vuestra modestia delante de los hombres, porque el Señor viene pronto. No tegáis solicitud por nada, mas en todo tiempo sean manifiestas vuestras peticiones a Dios." (Fil. 4, 4-6)
(Introito de la Misa)
Aspérges me, Dómine, hyssópo et mundábor: lavábis me, et super nivem dealbábor. Miserére mei, Deus, secúndum magnam misericordiam tuam.
V/. Gloria Patri...



En este domingo tercero de adviento, domingo gaudete, se nos invita a la esperanza y a la alegría. Más propiamente que una invitación, se trata de un don, una gracia que se nos ofrece y que es fruto del amor misericordioso de nuestro Dios Creador, Redentor y Santificador. Porque todo don viene de lo alto y tiene su fuente en el Padre de los astros que gobierna y rige el mundo con providencia amorosa, pues en Él somos, nos movemos y existimos.

Provocados por la llamada que se nos hace a acoger el don del gozo íntimo y profundo, fácilmente surge en nosotros el interrogante legítimo de si verdaderamente hay motivos para estar alegres y gozosos.

No se trata de caer en la superficialidad de reducir el interrogante a una simple cuestión de optimismo o pesimismo. Alguien ha dicho que un pesimista no es sino un optimista realista.
¿Hay verdaderamente razones fundadas para la alegría y para el gozo analizando la realidad diaria de nuestro mundo y la realidad concreta de la vida de la Iglesia?.

Los crecientes anhelos y deseos de paz emergen en medio de una realidad concreta de violencia creciente, guerras y amenzas no desetimables de una conflagración mundial.

La alta estima de la familia como ámbito de protección, de calor humano y de correspondencia afectiva, se conjuga con uan realidad de crecientes rupturas, fracaso, violencia doméstica y profundas heridas emocionales.

La creciente conciencia de respeto a los derechos humanos y de la dignidad de la persona no logra aminorar la expansión de la lacra del aborto, la xenofobia, la marginación de las minorías, los enfrentamientos étnicos, el respeto a la fama y al honor del prójimo. Se vive del escándalo, se explota el escándalo y se hiere impugnemente al prójimo.
¿Es, entonces, realista una invitación a la alegría? ¿Hay motivos para el gozo? Y si miramos al interior de la comunidad eclesial, la situación no es menos compleja.

Hace poco más de un año, el Santo Padre Benedicto XVI alertaba y evidenciaba una situación lamentable y escandalosa de enfriamiento de la caridad en el seno mismo de la Iglesia: "Tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?".

¿Podría haber fundadas razones para el gozo y la esperanza cuando tan a menudo las ansias de poder y los deseos de medrar a toda costa -según reiteradas denuncias del mismo Benedicto XVI- parecen ahogar el espíritu de servicio generoso y pleno a los intereses de Cristo? ¿O cuando un espíritu de revancha, de envidia y de juicios implacables sobre el prójimo parecen posesionarse de los corazones, ahogando y desterrando todo espíritu de misericordia y de indulgencia que es el mismo espíritu de Cristo?

¿Hay razones para la esperanza y el gozo en una situación de claro retroceso de la Iglesia en el seno de una sociedad, que en palabras del Venerable Juan Pablo II, avanza de manera inexorable apostatando silenciosamente de la fe de Cristo?.

¿Puede haber razones para el gozo cuando según las últimas encuentas “la religión sigue ocupando uno de los últimos lugares en una escala de valoración de las cosas más importantes para los jóvenes”, y sólo “algo más de la mitad de los jóvenes españoles de 15 a 24 años (53’5%) se definen como católicos”?.

En este contexto tan complejo cobran fuerza especialísima las llamadas maternales del Corazón Inmaculado de María Santísima en Fátima, invitándonos a la conversión, a la penitencia y a la oración. El mismo Venerable Juan Pablo II afirmaba en el Santuario de Fátima: "El Mensaje de Nuestra Señora de Fátima permanece vigente. Es todavía más pertinente de lo que fue hace 65 años. Es todavía más urgente" (...) "El sucesor de Pedro se presenta aquí también como testigo de la inmensidad del sufrimiento humano, testigo de las amenazas apocalípticas que se ciernen sobre las Naciones y sobre la humanidad en general". "La súplica de Nuestra Señora de Fátima está tan profundamente fundamentada en el Evangelio y en toda la Tradición, que la Iglesia siente que el Mensaje le impone un compromiso con Ella".
La respuesta a los interrogantes que nos ocupan nos viene, pues, del Inmaculado Corazón de María. Su ejemplo y sus llamadas maternales, nos señalan el camino para abrirnos a la esperanza y experimentar el gozo y la alegría que anhelan nuestros corazones.

Ese camino pasa por volvernos a Dios, por aprender a despreciar lo terreno y amar lo celestial, como nos enseña la Sagrada Liturgia. El camino pasa por buscar la alegría únicamente en Dios nuestro Salvador, pues toda alegría al margen de Él o de espaldas a Él no es sino el anticipo de una inminente frustración, oscuridad y desencanto. Hay razones para el gozo y la esperanza cuando desconfiamos de nosotros mismos y ponemos toda nuestra confianza en Dios. Cuando no deseperamos de su perdón, de su misericordia y de su gracia. Cuando nos abandonamos enteramente en sus manos y lo esperamos todo de Él.

Para redescubrir el gozo verdadero y llegar a gustarlo es necesario escuchar la llamada del Profeta Juan y las llamadas maternales de María, Madre de la Esperanza y Causa de nuestra alegría.

En estos días del adviento, unámonós íntimamente a nuestra Madre Santísima e inspirados por sus ejemplos meditemos y guardemos todas estas cosas en nuestro corazón.

P. Manuel María